Para los pueblos indígenas de América Latina, el neoliberalismo es “únicamente” el último episodio de estos 500 años de sometimiento al genocidio y práctica de la resistencia
Más de 25 años de neoliberalismo han producido en América Latina el debilitamiento de su base industrial local y sus pequeñas explotaciones agrarias, así como sus oportunidades de empleo. Este genocidio económico gradual ha generado la humillante pobreza de tres cuartas partes de la población latinoamericana, una movilidad descendente de unas clases intermedias cada vez menos relevantes, reacciones desesperadas por parte de los cada vez más disminuidos sindicatos, y avalanchas de emigración interna y externa. Ha producido también una nueva ola de movimientos sociales y un giro electoral a la izquierda.
Existen, sin duda, fuertes tendencias contrarias, como por ejemplo intentos de desestabilizar gobiernos; conspiraciones y movilizaciones contrarrevolucionarias; mayor represión y terrorismo paramilitar; y una creciente violencia contra las mujeres, los homosexuales, los transexuales, las minorías étnicas, la juventud inconformista, los periodistas y los grupos de derechos humanos.
Lo que está en juego en América Latina es, nada menos, la soberanía nacional y el control de los recursos básicos, como el petróleo, el gas, el agua, los bajos salarios, la biodiversidad, las escuelas, los hospitales, el transporte, las pensiones, los bancos y las industrias. Los movimientos sociales protestan por la privatización de la naturaleza, la mercantilización de la vida y el pillaje impuesto por la globalización neoliberal, junto a la impagable e ilegítima deuda externa heredada de las dictaduras.
El desplazamiento electoral desde una derecha neoliberal pura y dura a un centro neoliberal moderado queda de manifiesto en los triunfos electorales de Luis Inàcio Lula en Brasil, Néstor Kirchner en Argentina, Tabaré Vázquez en Uruguay, Michelle Bachelet en Chile, e incluso de Nicanor Duarte en Paraguay, defensor inicial del Mercosur, alternativa sudamericana al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), al que se ha incorporado recientemente Venezuela. Se esperan cambios electorales similares en las próximas elecciones en Perú, México, Ecuador, algunos pequeños Estados de la cuenca del Caribe, y quizás incluso Colombia. Los candidatos se comprometen sistemáticamente a no aplicar el fundamentalismo del mercado y el Acuerdo de Libre Comercio, aunque una vez elegidos suelen seguir contribuyendo a mantener con vida el moribundo modelo económico neoliberal y, en algunos aspectos, reforzándolo. Ello es debido, en parte, al debilitamiento del Estado en las últimas décadas tras la aplicación de los programas de privatización, los pactos de libre mercado y el pago de la deuda externa, todo lo cual ha dejado a los gobiernos en situación de vulnerabilidad ante lo que puede calificarse de chantaje del capital exterior.
Esta es una de las principales razones por la que los movimientos sociales tienen en su punto de mira al FMI, el Banco Mundial, el ALCA y la OMC, además de los imperialismos, tanto el estadounidense como los europeos (España supera a EE UU en inversiones en América Latina).
El espacio correspondiente a un neoliberalismo humano o al nacionalismo burgués ha desaparecido. Por esta razón, tanto Evo Morales en Bolivia como Hugo Chávez en Venezuela aunque cooperan con los otros presidentes recientemente elegidos, rechazan su enfoque de un neoliberalismo moderado, y proponen en su lugar cambios revolucionarios basados en el apoyo del Estado a las demandas de los movimientos sociales. Morales invoca un “socialismo comunitario basado en la reciprocidad y la solidaridad”, mientras que por su parte Chávez hace hincapié en la necesidad de internacionalizar la revolución y crear “un nuevo socialismo para el siglo XXI” porque “no hay otro mundo posible en el seno del capitalismo.”
Un nuevo y llamativo elemento de los movimientos sociales de hoy es su creciente resistencia a la cooptación, el creciente número de participantes desposeídos, y su inventiva táctica.
Las tradicionales estructuras de clase y modos de lucha son apenas reconocibles hoy día debido a la radical reducción de los programas sociales estatales y al uso de “mano de obra flexible”, que ha conducido a la desaparición del salario mínimo, la miseria de las masas, el creciente desempleo e, incluso en el caso de profesionales capacitados, la precariedad del trabajo y la sobreexplotación. Las líneas divisorias entre clases y movimientos sociales se han difuminado.
Para los pueblos indígenas de América Latina, el neoliberalismo es “únicamente” el último episodio de estos 500 años de sometimiento al genocidio y práctica de la resistencia. En este sentido, son conscientes de que algunas realidades históricas, como la continuidad colonialismo-imperialismo, la destrucción ecológica, la creación y perpetuación de una deuda impagable como herramienta de dominación de los pueblos, y la práctica rutinaria de los secuestros, las desapariciones, la tortura y la violencia contra la mujer.
Las mujeres han soportado la mayor carga del sufrimiento económico bajo el liberalismo, para no hablar de la creciente violencia en su vida cotidiana. Las protestas por el creciente abuso de las mujeres y el comercio sexual (que constituye ya un rubro económico mayor que el narcotráfico) se han convertido en parte integrante no solo de los movimientos feministas, como la Marcha Mundial de las Mujeres, sino de los movimientos sociales en general. Los ejemplos de liderazgo femenino van desde las comandantes zapatistas hasta las piqueteras argentinas y las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo. Merecen destacarse en particular las mujeres que salieron a la calle en Venezuela para salvar la vida de Hugo Chávez durante el reinado de dos días de Pedro Carmona, alias Pedro el Breve, a raíz del golpe militar patrocinado por Estados Unidos, del 11 de abril de 2002, y los trabajadores bolivianos, vendedores callejeros y amas de casa de El Alto, que han organizado comités de defensa y lucha.
El papel de los campesinos y pequeños propietarios agrícolas, a pesar de la creciente represión, se ha hecho prominente. En la mayor parte de los casos, el campesinado multiétnico constituye una nueva fuerza de trabajo barata, flexible y migrante. Tanto si se trata de los cultivadores de coca andinos como de los trabajadores sin tierra del Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem-Terra (MST, participantes de Vía Campesina, una red de movimientos de agricultores implantada en 87 países), las masas rurales se han movilizado, incluso en las ciudades.
También ha surgido una nueva militancia sindical opuesta a las corporaciones transnacionales y a los burócratas sindicales corruptos (los llamados líderes charros en México). Algunas confederaciones de sindicatos independientes, como el Frente Auténtico del Trabajo (FAT) o escisiones de antiguas confederaciones, como la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) de Venezuela y México, florecen por doquier. En Chile, los Colectivos de Trabajadores han comenzado a llenar el virtual vacío sindical dejado por la incompleta desaparición de la dictadura terrorista de Pinochet. E igualmente importante, las luchas de los trabajadores se están internacionalizando, vinculando campañas como la de los trabajadores de Coca Cola en Guatemala, Colombia e India, así como las luchas por la sindicación de los trabajadores de las maquilas de México, América Central y el Caribe.
Los trabajadores de América Latina han ocupado y han hecho de nuevo productivo un número tan alto de industrias abandonadas por sus propietarios, que a finales de 2005 se reunieron en Venezuela, en un congreso continental de trabajadores de empresas recuperadas.
Cada vez más, aumenta también el reconocimiento por parte de los pueblos latinoamericanos de la necesidad de establecer alianzas e internacionalizar sus luchas. Como ejemplos del nuevo internacionalismo, además de los ya mencionados, tenemos la campaña continental contra el ALCA, patrocinada por la Alianza Social Continental, y la campaña para la desmilitarización de América Latina, iniciada por los zapatistas en Chiapas en 2003 y actualmente vinculada a la campaña internacional por el cierre de más de 700 bases militares estadounidenses en 130 países. La Otra Campaña lanzada por los zapatistas en 2006 tiene también una perspectiva muy internacionalista.
El socialismo suscita un interés creciente en América Latina. Las encuestas realizadas en Venezuela y Brasil muestran que más de la mitad de cada una de estas naciones está a favor del socialismo, palabra pocas veces oída en Chile y México, aunque existe un debate cada vez más intenso sobre qué clase de socialismo debería perseguirse. Existe ya un proceso de iniciación de lo que podríamos llamar “Dos, tres, muchos socialismos”, iniciado con la revolución cubana en 1959. Como escribió el conocido marxista peruano José Carlos Mariátegui (fallecido en 1930), los latinoamericanos no desean una copia del socialismo europeo, sino un socialismo basado en su propia realidad, en el caso de Perú basado en los pueblos indígenas. Así, el socialismo cubano es específicamente cubano, el de Venezuela se fundamenta en las ideas de Simón Bolívar, el de Bolivia en las tradiciones indígenas, y la líder indígena ecuatoriana Blanca Chancoso sugiere “un estado plurinacional y pluricultural que podamos construir juntos.” Y los zapatistas –que no hablan de socialismo– propugnan un sistema en el que todo el poder venga de abajo, como practican en sus Juntas de Buen Gobierno, en Chiapas.
Los debates en este tema muestran que las diferentes perspectivas socialistas comparten cuatro características: 1) su fundamento en los valores humanos: intento de poner fin al patriarcado, el racismo, el sexismo, la explotación de clase y el genocidio, basándose en los valores del amor (como en los trabajos del Che y de José Martí), el respeto a los demás y la justicia social; 2) su organización participativa: lejos de todo autoritarismo de tipo estalinista, basada en la planificación a diferentes niveles, las empresas controladas por los trabajadores, y “la política y no el politiqueo” (en palabras de Fidel Castro), y arraigada en una utilización del Estado y de la participación popular desde abajo que sustituya a la “partitocracia” o el “vanguardismo”; 3) su internacionalismo: planificación tanto de los mercados interiores como de los internacionales y defensa de los pueblos contra el neoliberalismo y las intervenciones imperialistas, y creación de organizaciones interestatales de promoción de la paz y los derechos humanos, suprimiendo en ellas el derecho de veto; y 4) su defensa de la soberanía de los Estados-nación: defensa de los principios de no intervención, no agresión y autodeterminación, incluyendo nuevos Estados creados para vincular diferentes pueblos (como en Bolivia y Venezuela), que aspiren a una verdadera “independencia nacional” mediante la unificación en un Estado latinoamericano, o en una confederación, con arreglo a los conceptos de “Nuestra América”, de Martí, y de “La gran patria”, de Bolívar.
Un aspecto de la máxima importancia para el futuro de la humanidad y del planeta será la rapidez con que se produzcan las transiciones de abandono del capitalismo neoliberal, y la frecuencia de las rupturas con el capitalismo. En última instancia, pudiera no haber salvación de la humanidad sin una práctica internacionalista de rápida expansión, práctica que ha recibido una nueva energía con los recientes acontecimientos en América Latina y con el movimiento alterglobalizador. El internacionalismo es un proceso de solidaridad humana y de intercambio de experiencias, en el que se aprende del otro.
La población de lo que Martí llamó “el vientre de la bestia”, es decir de Estados Unidos, tiene una oportunidad de establecer una crucial diferencia.
Todo dependerá de cuánta unidad e internacionalismo puedan alcanzarse entre los movimientos sociales y los diferentes gobiernos ante las presiones cada vez mayores del imperialismo. Los debates sobre los socialismos latinoamericanos, incluso entre los defensores de La Otra Campaña zapatista, se basan en el principio de establecer Estados de poder popular, responsables ecológicamente, en los que el pueblo (o, dicho en lenguaje zapatista, los de abajo) sean los protagonistas, tal como establece la nueva Constitución de Venezuela. Y todos ellos están de acuerdo en un objetivo general: liberar a la humanidad, celebrar la vida, honrar a los muertos y salvar el planeta.
James D. Cockroft