El presidente de Venezuela utiliza los ingresos del petróleo para liberar a los pobres. Normal que sus enemigos pretendan derribarlo
La “amenaza” Chávez
por John Pilger*
La “amenaza” Chávez
por John Pilger*
Me he pasado las últimas tres semanas rodando en los barrios de los cerros de Caracas, en las calles y en bloques casas con la consistencia del papel que desafían las leyes de gravedad y las lluvias torrenciales y que emergen por la noche como luciérnagas en la niebla.
Caracas tiene la reputación de ser una de las ciudades más violentas del mundo, pese a lo cual no he pasado miedo; los más pobres nos han acogido a mí y a mis colegas con el calor que caracteriza al venezolano medio, pero también con la inconfundible confianza de un pueblo que sabe que el cambio es posible y que en su vida cotidiana están reclamando nobles conceptos que hace tiempo quedaron vacíos de contenido en Occidente: “reforma”, “democracia popular”, “equidad”, “justicia social” y, sí, “libertad”. La otra noche, en una habitación cuyo único mobiliario consistía en un solitario tubo fluorescente, escuché esas palabras en boca de personas como Ana Lucía Fernández, de 86 años, Celedonia Oviedo, de 74 años, y Mavis Mendez, de 95 años. Una jovencísima madre de 33 años, Sonia Alvarez, acudió con sus dos hijos. Hasta hace cosa de un año ninguna de estas personas sabía leer ni escribir. Ahora están estudiando matemáticas. Por primera vez en su era moderna, prácticamente el 100% de la población de
Venezuela está alfabetizada
Esta conquista es el resultado de un programa nacional denominado “Misión Robinson” dirigida a adultos y adolescentes que no habían tenido acceso a la educación a causa de su pobreza. La “Misión Ribas” proporciona a todo el mundo educación escolar secundaria o bachillerato (los nombres Robinson y Ribas aluden a líderes independentistas venezolanos del siglo XIX). Bautizadas, como tantas otras cosas aquí, con el nombre del gran libertador Simón Bolívar, se han abierto universidades “bolivarianas” o populares, haciendo accesibles a la gente, como me explicó un progenitor, “tesoros de la mente, de la historia, música y arte de cuya existencia antes apenas éramos conscientes”. Bajo el gobierno de Hugo Chávez Venezuela se ha convertido en el primer gran productor de petróleo que utiliza sus ingresos petrolíferos para liberar a los pobres.
A lo largo de los 95 años de su vida, Mavis Méndez ha visto desfilar a toda una hilera de gobiernos asentados sobre el latrocinio de miles de millones de dólares procedentes del botín del petróleo, gran parte de ellos trasvasados a Miami, y ha sido testigo del mayor incremento de los índices de pobreza jamás conocidos en Latinoamérica: de un 18% en 1980 al 65% en 1995, tres años antes de que Chávez fuera elegido presidente. “Nosotros no contábamos como personas”, me explicó. “Vivíamos y moríamos sin educación y sin agua corriente, y la comida no nos la podíamos permitir. Cuando enfermábamos, los más débiles morían. Al este de la ciudad, donde están las mansiones, éramos invisibles o nos temían. Ahora puedo leer y escribir mi nombre y muchas cosas más; y a pesar de lo que digan los ricos y sus medios de comunicación, hemos sembrado las semillas de una democracia real y estoy gozosa por haber podido presenciarlo en vida”.
Los gobiernos latinoamericanos a menudo imprimen a sus regímenes un nuevo sentido de legitimidad convocando una asamblea constituyente encargada de redactar una nueva constitución. Cuando fue elegido en 1998, Chávez se valió brillantemente de esta práctica para descentralizar, para dar a las masas empobrecidas un poder que nunca habían conocido y para comenzar a desmantelar una superestructura política corrupta como condición necesaria para cambiar el rumbo de la economía. La creación de misiones que emprendió como fórmula para sortear a los saboteadores atrincherados en la vieja y corrupta burocracia constituyó un movimiento que refleja perfectamente la extraordinaria imaginación política y social que está transformando Venezuela pacíficamente. Ésta es su “Revolución Bolivariana”, que en su fase actual no difiere mucho de las socialdemocracias europeas de posguerra.
Chávez, un antiguo oficial del ejército, ansiaba demostrar que no era un nuevo “hombre fuerte” castrense. Prometió que cada uno de sus movimientos se sometería a la voluntad del pueblo. En su primer año como presidente, en 1999, convocó un número de consultas sin precedentes: un referéndum para preguntar al pueblo si deseaba una nueva asamblea constituyente; elecciones para la asamblea; un segundo referéndum para ratificar la nueva constitución. El 71% de la población aprobó los 396 artículos de la nueva Constitución, artículos que concedieron a Mavis, Celedonia, Ana Lucía y a sus hijos y nietos libertades inauditas, tales como la recogida en el artículo 123, que por primera vez reconoce los derechos humanos de los venezolanos mestizos y negros, colectivo de cuyo seno procede el propio Chávez. “Los pueblos indígenas”, proclama, “tienen el derecho de preservar sus propios usos económicos basados en la reciprocidad, la solidaridad y el intercambio... y para definir sus propias prioridades...”.
El pequeño volumen rojo que contiene la constitución venezolana se convirtió en un best-seller en la calle. Nora Hernández, una trabajadora comunitaria del barrio de Petare, me llevó al supermercado gubernamental de su barrio, financiado enteramente con los ingresos del petróleo y cuyos productos con la mitad de baratos que los de las cadenas comerciales. Henchida de orgullo Nora me mostró artículos de la Constitución impresos en el dorso de los paquetes de detergente. “Ya no hay vuelta atrás”, dijo.
En el barrio de La Vega vi a una enfermera, Mariella Machado, una negra grandota y oronda de 45 años de edad que enarbolaba una risa maravillosamente pícara, levantarse y hablar en un consejo urbano sobre temas que iban desde la falta de vivienda hasta la guerra de Irak. Ese día estaban lanzando la “Misión Madres de Barrio”, un programa destinado específicamente a combatir la pobreza que padecen las madres solteras. Bajo la constitución bolivariana, las mujeres tienen derecho a recibir un salario como cuidadoras y pueden recibir préstamos de un banco especial de mujeres. A partir del mes que viene las amas de casa más pobres percibirán alrededor de 176€ al mes. No es de extrañar que en el espacio de ocho años Chávez haya ganado ocho elecciones y referenda y que con cada nuevo plebiscito su mayoría vaya en aumento –todo un récord mundial. Chávez es el jefe de Estado más popular del hemisferio occidental, probablemente del mundo entero. Por eso sobrevivió de forma extraordinaria al golpe de Estado respaldado por USA en el 2002. Mariella, Celedonia, Nora y cientos de miles de otras personas bajaron de los cerros para exigirle al ejército que se mantuviera leal. “El pueblo me rescató”, me dijo Chávez. “Lo hicieron cuando todos los medios de comunicación estaban contra mí e impedían que se conocieran hasta los hechos más básicos de lo que había ocurrido. Si desea usted contemplar democracia popular en acción le sugiero que no busque en otro lado”.
Los ponzoñosos ataques contra Chávez, que llega a Londres mañana [por el 14 de mayo] ya han comenzado y se parecen ominosamente a los que lanzaban la televisión y prensa privadas venezolanas cuando incitaban al derrocamiento del Gobierno electo. Ataques contra Chávez completamente ayunos de base empírica realizados esta semana por el Times y el Financial Times, cada uno de ellos exhibiendo esa peculiar saña reservada para los disidentes de la única senda verdadera de Thatcher y Blair, tienen lugar después de un caso de travestismo periodístico perpetrado el mes pasado por Channel 4 News, que acusó al presidente venezolano de conspirar con Irán para fabricar armas nucleares, una absurda fantasía. El periodista describió con sorna las políticas para la erradicación de la pobreza emprendidas por Chávez y presentó a éste como un bufón siniestro, al tiempo que permitía a Donald Rumsfeld que lo comparara impunemente con Hitler. Por contraste, a Tony Blair, un patricio que carece de un historial democrático comparable al de Chávez, pues salió elegido con los votos de una quinta parte del censo electoral y después de haber provocado la muerte violenta de decenas de millares de irakíes, se le permite seguir tejiendo su absurdo cuento de supervivencia política.
Chávez es, naturalmente, una amenaza, especialmente para los USA. Como los sandinistas en Nicaragua, que basaron su revolución en el movimiento cooperativo inglés, y como el moderado Allende en Chile, Chávez representa la amenaza de una vía alternativa para el desarrollo de una sociedad decente: en otras palabras, Chávez representa la amenaza de convertirse en un buen ejemplo en un continente donde la mayoría de la población ha padecido durante largo tiempo una servidumbre de diseño usamericano. En los medios de comunicación usamericanos de los años 80 se discutió seriamente la “amenaza” que representaba la diminuta Nicaragua, hasta que se consiguió aplastarla.
Venezuela está siendo claramente ”preparada” para un desenlace similar. Una publicación del ejército usamericano titulado “Doctrina para una Guerra Asimétrica contra Venezuela”, describe a Chávez y a la revolución Bolivariana como “la mayor amenaza desde la Unión Soviética y el comunismo”. Cuando le dije a Chávez que históricamente los USA siempre se habían salido con la suya en Latinoamérica, me respondió: “Sí, y no sería nada extraño que me asesinaran. Pero el imperio atraviesa un mal momento y el pueblo de Venezuela resistirá su ataque. Sólo pedimos el apoyo de todos los auténticos demócratas”.
John Pilger
Figura de la izquierda británica, John Pilger es periodista y documentalista.
Fuente The Guardian (Reino Unido)
Los artículos de esta autora o autor
http://www.voltairenet.org/article139440.html