TORONTO, Canadá.— Es clásico de la administración de George W. Bush. Andan más despistados que los perros callejeros. Véase lo ocurrido en la República Dominicana esta semana al subsecretario de Estado de los Estados Unidos.
Robert Zoellick, encabezando la delegación de su país, llegó mal preparado a la 36 Asamblea General de la Organización de Estados Americanos en Santo Domingo. Se supondría que un Jefe de Delegación asiste a eventos de esta naturaleza luego de consultar a fondo con los especialistas del Departamento de Estado. Nos equivocaríamos.
Quizás sería porque se trata de la OEA. Los procónsules gringos tradicionalmente solían asistir al foro como quien asume la mitra de arrogantes arzobispos católicos. Llegaban, sermoneaban y el servil rebaño obedientemente hacía la genuflexión y votaba según lo ordenaba el Vaticano de Washington. Al concluir la farsa amos y esclavos se retiraban a saborear cócteles en la suite del gringo. Ahora han cambiado las cosas. En estos días Zoellick dirá misa si quiere. Nadie acata sus órdenes. A palabras tontas, oídos sordos.
Quizás sería porque aferrándose a los últimos vestigios de su ignorante prepotencia, Bush y compañía aún no se percatan de nuestros irreversibles cambios políticos. Nuestra América dejó de ser el traspatio de la Casa Blanca. Punto.
Quizás sería porque el Departamento de Estado no tuvo la decencia de advertirle al subsecretario que la negligencia de Washington le costó el minúsculo apoyo que antes tenía en el Hemisferio. Hoy Bush es tan popular como el perro callejero.
Quizás. Quizás. Quizás. Se puede especular hasta el vómito. La realidad es que Zoellick subestimó la inteligencia y la determinación de los delegados en no dejarse arrollar por la politiquería imperial. En su intervención Zoellick hizo un papelón ridículo que confirmó la abismal ignorancia de Washington en los asuntos hemisféricos y en la diplomacia internacional. La agenda gringa comenzó a desplomarse estrepitosamente al asumir Zoellick equivocadamente que Brasil y Argentina bloquearían la entrada de Venezuela al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Le salió el tiro por la culata. Ambas naciones anunciaron su apoyo incondicional a la postulación venezolana.
Zoellick también subestimó a los diplomáticos del Hemisferio al cabildear por la condena de Venezuela. Acusó al presidente Hugo Chávez de interferir en las elecciones en Perú. El foro categóricamente rechazó las sandeces de Zoellick. Al negárseles apoyo, Zoellick y Perú retiraron la demanda. Irónicamente la negativa de la OEA representa una contundente e inequívoca bofetada a la burda injerencia de Washington en el Hemisferio.
Desesperado por las derrotas, Zoellick intentó convencer a Brasil, Argentina y otras naciones a que denunciaran la "quimera del populismo" del presidente Chávez y su influencia en el Hemisferio. Estúpido planteamiento. Zoellick se estrelló contra un sólido muro opositor. En inconfundible y directo lenguaje diplomático, Celso Marín, ministro de Relaciones Exteriores del Brasil, le recordó a Zoellick la "importancia de la no intervención". El pronunciamiento de Marín dejó en claro que la OEA no se entrometía en los asuntos internos de Venezuela. Lo confirmaría el texto final de la resolución al condenar toda intervención extranjera en el Hemisferio. Sin mencionar a ningún país en particular, la resolución se traduce a sutil pero obvia crítica de la política injerencista de Washington en Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua.
La desfachatez de Zoellick quedaría más al desnudo aún. El subsecretario de Estado demandó que la OEA enviara "cuanto antes" una misión de observación a Nicaragua para evitar que "los viejos caudillos de la corrupción y el comunismo quieran mantenerse en el poder". Según Zoellick, Nicaragua necesita "justicia, transparencia e informes directos y claros" del proceso electoral del próximo noviembre cuando la nación centroamericana elegirá presidente y diputados a la Asamblea General.
Una de dos: o mal informó el Departamento de Estado a Zoellick antes de viajar a la República Dominicana o estaría borracho el subsecretario al entablar sus demandas. En conferencia de prensa en Managua, Patricio Fajardo, coordinador de la misión de 33 observadores electorales de la OEA, declaró esta semana que desde el 7 de mayo está en Nicaragua un grupo de base compuesto de ocho técnicos que le dan seguimiento al proceso electoral. Esta semana también llegó al país Gustavo Fernández, jefe de la misión. Le acompañaban asesores especiales de la OEA, entre ellos Nina Pacari, ex canciller de Ecuador; Ignacio Waker, de Chile, y Ana María Sanjuán, de Venezuela.
Zoellick no es estúpido. Tampoco es ignorante de la iniciativa de la OEA apoyada por los partidos políticos de Nicaragua para las elecciones presidenciales. Zoellick es perverso. Sólo a un desatinado se le ocurre tratar de engañar a la OEA sobre las actividades de la organización. Sin embargo la imbecilidad de Zoellick parte de la obsesión de la Casa Blanca en negarle al Partido Sandinista el triunfo en las elecciones presidenciales. Durante más de un año Bush ha enviado a diplomáticos de alto vuelo a Nicaragua. Comenzó con el ex secretario de Estado, Colin Powell, y le han seguido dos docenas de burócratas empeñados en promover la unidad política de los partidos de oposición, la desestabilización del Frente y de la democracia nicaragüense.
Para tal efecto Paul Trivelli, actual embajador de los Estados Unidos en Managua, se reúne día y noche con la oposición, publica artículos en diarios nicaragüenses contra Daniel Ortega, el candidato presidencial del Frente, contra el Frente Sandinista, y comparece ante la televisión dedicándose a la asquerosa campaña de insultar groseramente al partido sandinista y al pueblo de Nicaragua. De nada le ha servido. Al contrario. En vez de aglutinar a los vendepatrias y lamebotas de la oposición, lo único que logró Trivelli fue fragmentarlos en individuos motivados por alcanzar el poder.
Cada candidato, por mequetrefe que sea, padece del complejo de Bush. Confía que el apoyo político y financiero de Washington le asegura la codiciada presidencia independiente de los otros insignificantes líderes en la oposición o de la unidad de propósitos contra el formidable opositor.
Como resultado de la injerencia de Trivelli la oposición se debilitó mientras el Frente, con mayor disciplina y superior capacidad de organización, se apresta a triunfar en las elecciones y capturar la presidencia y la Asamblea General. En efecto el fracaso de Trivelli le ha proporcionado a la Casa Blanca otra pesadilla de proporciones olímpicas. Esta semana se rumora en Managua que Bush, decepcionado por su fracaso, le sustituirá con John Maisto, un mafioso de confianza de la Casa Blanca y ex embajador en Managua. Tarde pillaron los complotistas. De ésta no los salva ni el Cardenal, quien, dicho sea de paso, ha dado vuelta en redondo y apoya la candidatura de Ortega.
En resumen, Bush, Zoellick, Trivelli y el resto de la pacotilla de imbéciles de Washington carecen de autoridad moral para demandar cínicamente que otras naciones no incurran en el injerencismo que la Casa Blanca ha convertido en el eje de su política internacional. La injerencia de Bush es tan transparente, tan vil y tan descarada en Nicaragua como lo son la injerencia y los atentados por desestabilizar y derrocar los legítimos gobiernos del presidente Fidel Castro en Cuba, del presidente Chávez en Venezuela y del presidente Evo Morales en Bolivia.
El colmo del cinismo de Washington quedó al descubierto en la 36 Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos que acaba de concluir en la Republica Dominicana. Zoellick llegó con el único y malvado propósito de acusar a Venezuela de entrometerse en Perú. Le fue mal. Lo rechazó el hemisferio y abandonó la Asamblea como lo merecía. Humillado. Como el pendenciero perro callejero. Con el rabo entre las patas y arrastrando de regreso a Washington la expuesta ignominia del injerencismo de la Casa Blanca en Nicaragua, en Cuba, en Venezuela y en Bolivia, y el contundente e inequívoco mensaje de que la comunidad de nuestra América ya no se somete a la hegemonía del yanqui.