Por William Pfaff
El Períodico
La Administración de George Bush podría descubrir con facilidad que el equivalente en la guerra contra el terrorismo a la ofensiva del Tet de 1968 en Vietnam ya ha comenzado, y va a cámara lenta. Lo más probable es que el resultado sea el mismo, la destrucción de la popular confianza americana en la guerra y en el Gobierno de Bush.
La violencia diaria aumenta de forma consistente en Irak. Ha habido denuncias de nuevas atrocidades a manos de las tropas norteamericanas, empujadas más allá de sus límites por una incontrolable violencia fratricida iraquí, junto con lo que se está demostrando ser una incontenible resistencia a la ocupación gestionada por los norteamericanos. El nuevo Gobierno iraquí afirma que EEUU ha mentido acerca de las matanzas realizadas por los marines y quiere su propia investigación.
En Afganistán la resistencia popular antiamericana estalla tras un accidente de carretera en Kabul, que provoca rápidamente ataques sobre tropas y enclaves americanos y extranjeros por toda la ciudad, con más de una docena de civiles muertos y centenares de heridos. Al sur de Afganistán, cerca de Pakistán, tropas de talibanes reagrupadas lanzan importantes operaciones militares contra fuerzas norteamericanas y aliadas (que pronto se convertirán en tropas de la OTAN).
En Guantánamo, aún más huelgas de hambre, más alimentación forzosa y más desórdenes, con 75 prisioneros en huelga. Una aventura, la de Guantánamo, desgraciada, con un inicio cruel y estúpido, que ahora el Pentágono se ve incapaz de manejar; una aventura deplorada por británicos y demás europeos, condenada por oenegés y la ONU. Los norteamericanos pueden muy bien preguntarse si esta situación les va a proteger del terrorismo.
Y todo ello era perfectamente previsible (por no decir que había sido ampliamente previsto). Lo que está ocurriendo en Irak y en Afganistán, con ese reflejo en Guantánamo, es el resultado de la humillación de los ocupados por parte de los norteamericanos y sus aliados, con la consiguiente vergüenza y odio entre los ocupados que inspiran una resistencia violenta y vengativa.
Existe una excelente narración de este proceso en la revista trimestral angloamericana Terrorism and Political Violence, de Victoria Fontán (de la Universidad de Columbia y de la universidad iraquí de Salahaddin). Fontán cita a un sargento de la policía militar que le confió en junio del 2003: "No paramos de informar a nuestros superiores de que esta no es la forma de operar con la gente de aquí, pero hacen oídos sordos... Quieren que nos pongamos duros... La cadena de mando nos hace alejarnos de la gente de aquí. Matamos y nos matan por ello".
PERO LA auténtica fuente de todo es la ingenuidad de Bush y su gente, según la cual todo el mundo en todas partes es demócrata por naturaleza y ansía ser liberado por EEUU. Aún en enero, la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, hacía referencia a la ambición por parte de la Administración de sustituir el sistema internacional moderno de soberanías nacionales independientes por una gran coalición de democracias bajo tutela norteamericana, arrebatando el mando a la ONU y convirtiendo a toda la sociedad internacional en democrática.
Esta era aún la fantasía que la Administración se empeñaba en contraponer a la realidad de que el secreto de las relaciones internacionales consiste en mantenerse a flote en un mar proceloso, protegiendo los valores que la civilización ha conseguido crear contra la destrucción de los dementes, de los tiranos y de los teóricos, muchos de ellos idealistas pero indocumentados, que llegan al poder en los distintos gobiernos.
Decepcionados por el idealismo de corte wilsoniano de Bush, los hombres duros de la Administración, capitaneados por Dick Cheney, se apoyan hoy exclusivamente en el poder para conseguir llegar hasta el 2008, momento en que podrán abandonar las vergüenzas de la política que han apadrinado a los pies de un nuevo presidente. Siguen creyendo en el poder.
La postura de la Administración fue definida magistralmente por un personaje de la Casa Blanca que contó a un crítico constructivo, hace año y medio, que América fabrica la realidad y el resto del mundo deberá atenerse a las consecuencias. Pero está resultando ser todo lo contrario. El poder no funciona. La prueba está en lo que estamos viendo en estos momentos. EEUU no puede conseguir lo que quiere de Irak y de Afganistán (o de Somalia, donde interviene de nuevo, apadrinando a grupos tribales dispuestos a atacar a islamistas). Ahora el discurso de la Administración deja medio entrever que tiene la intención de desafiar a Irán. O, por lo menos, a Israel le gustaría que EEUU desafiara a Irán.
LA MAYOR potencia del planeta no puede hacer lo que se le antoje. La debilidad puede ser más fuerte que el poder, cuando --como vemos en Irak y Afganistán-- se enfrenta a demasiados obstáculos, para destruir el poder norteamericano.
Los aliados no seguirán cuando consideren que se ha enfilado el camino hacia la locura. EEUU quiere que más fuerzas de la OTAN se ocupen de Afganistán. El comandante de la Alianza Atlántica que ya se encuentra ahí ha advertido de que la OTAN no seguirá el estilo practicado por los americanos, que no habrá incursiones en las casas, que no entregará a los detenidos a las fuerzas de EEUU y que no están en Afganistán para hacer una nueva guerra. Con este voto de confianza por parte de un general británico en ese escenario, la guerra sobre el terrorismo tutelada por Bush se está convirtiendo en un festival unilateral de una única nación. El votante americano ya se está dando cuenta de ello.
Traducción de Toni Tobella